Niños con cabeza en mano saltan
niñas con vagina en sangre juegan
el niño mete la mano en la sangre
la sangre grita a carcajadas,
lleva la cabeza del niño.
Niño y niña encuentran la cabeza
la meten en la vagina.
Niño en niña cantan:
- A la víbora víbora de la mar, de la mar
por aquí podemos pasar, el que sangre mucho
pierde y el que no, no ganará.
*
Sobre manos de muertos danzan vivos
de un lado a otro les empujan
como pelotas de juego
cantan y barullan su porvenir
fincan sus manos en las ajenas
el espacio es transitorio
luego cantan los otros
como triunfadores de partidos
con caras vestidas de colores.
La danza sigue implacable,
revierte nombres, pensamientos, eco de sueños,
vestidos unos y otros sin diferenciar
enumeran sus ausencias.
Ven cómo esquilma
un hombre a otro hombre.
*
Uno pensaría que a los muertos les da por cogerse de los brazos
hacer rondas o fiestas oscuras aprovechando el desconocimiento de la muerte
pero permanecen tranquilos o intranquilos como cuando vivieron.
En los cementerios parece que en verdad el alma es inmortal y se perpetúa.
¿A dónde van cuando no es día de muertos?
¿por qué entienden que ese día reciben?
se abrirá un espacio entre el aire y la noche
donde emerge un lugar para que los vivos conversen
los ángeles traigan el te o los demonios la comida
o hay una mesa para los muertos que se recarga sobre los vivos
quizá ningún día están allí.
Ven la inutilidad del esfuerzo que hicieron
desde algún lugar secreto para el hombre
se ríen y se van con las manos cruzadas tras la espalda
reconociendo la gran pérdida
de la invención de la fábula y la ingenuidad de creer.
Quizá un día son ellos quienes nos visitan
tras ladrillos y maderos que hemos inventado para dormir.
Ellos están allí esbozando una gran sonrisa
sin saber que nosotros también los miramos.
¿En una ronda de muertos y vivos cuál será el muerto?
*
Mi voz apesadumbrada se llena de dunas donde brota la arena como si allí hubiera nacido.
El sol se repliega ante mi vista.
Veo a todos mis muertos, sus ausencias y todos los sueños que nunca debieron existir
porque el sueño lo vivimos y lo demás son pesadillas.
Los ojos son tan anchos y el corazón tan grande
como este llano que algún día estuvo en llamas
quieren incendiarle pero él les incendia de pesadillas
no se atrevan a tocarle.
Ahora te entiendo Dulce María Loynaz hay que amar tu tierra
y trabajarla como Zapata... aunque sea con letras.
Porque aunque mis letras para los hombres de mi tiempo poco valgan
la arena que brota por mis poros me llama a incendiarme en ella
y en sus mares y montañas y en todos los que colmamos esta extensión del mundo.
El corazón nos llama y nosotros acudimos a escucharle.
Mientras un país tenga quien le cante
ese país tendrá esperanza y también sus hijos y sus padres
y el mundo aprenderá a amarse por encima del incendio
a colmarse con los ojos abiertos y la guerra bien errada.
Pensaremos en Symborska hablando al Eclesiastés: ven, que yo
te mostraré todo lo que aún hay bajo el sol.
Aunque cita fidedigna o no
qué habrá dicho Shakespeare y lo que las ediciones y traducciones se llevaron.
Mi voz ha recuperado el canto de siglos
por ella hablan rostros que a través de la hoja tiemblan.
Si se quiere que algo exista hay que nombrarlo
y yo me nombro y nombro a este país mundo a un tiempo
en que se embriagará no sólo de risa y llanto sino de luz
dentro de ella respiraremos como por el costado hambriento de Dios
antes nos comía en oscuridad
ha perdido el miedo y se dejará alumbrar
-nos seguirá comiendo-
pero podremos verlo.
Poemas del libro Ronda de muertos. Editorial Andrógino/VersodestierrO. Ciudad de México, 2005
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