jueves, 23 de septiembre de 2010

Fragmento de Instrucciones para un descenso al infierno




El hombre, como un gran árbol,
se resiente con las tormentas.

Brazos, rodillas, manos,

demasiado rígidas para el amor;

como el árbol que resiste al viento.

Pero lentamente despierta,

y en el bosque oscuro

el viento separa las hojas

y la bestia negra sale con estrépito de la cueva.

Amor mío, cuando digas:

"Aquí se desató la tormenta,

aquí estuvo ella,

aquí la bestia fabulosa",

¿contarás también
cómo nos besamos por vez primera con labios cerrados, asustados,
y nos tomamos de las manos, temerosos,
como si un pájaro durmiera entre ellas?
¿Dirás:
"Fue el pequeño pájaro que me atrapó"?


Doris Lessing

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Extracción de nación: buscar el Edén








Ayer, 15 de septiembre. Pocas ganas de levantarme. Mi cuerpo era una nuca completa adherida al suelo del colchón. Encrucijadas: ¿hoy es día para festejar? ¿Y sino festejan, entonces qué les queda? en una ocasión, cuando me quejaba agria sobre el país, la situación, la inconciencia de los demás, en fin... un amigo se me quedó viendo y me dijo: ah... así que tú quieres que ellos estén como tú... ¿cómo? así, cuestionándose todo... sin poder estar del todo tranquilo nunca. ¡No! no quiero que estén así, conmigo me basta. Y así es. A mi alrededor hay gente de to y pa to. Unos festejaron, otros se avergonzaron, otros iracundos, indignados, otros soñándose Adelitas, Hidalgos o Zapatas. Sino fuera porque aún hay seres en el mundo que me mueven, porque aún hay cosas que me gustan, que me atraen, sino fuera porque aún me enamora este mundo, el día de hoy hubiera permanecido acostada. Sin mirar ni al viento. Escuchando a lo lejos los gritos, las tamboras, los mariachis, los cuetes, las expresiones de júbilo porque tienen cuatro o cinco días libres. Entonces entendí: están festejando el puente. Este presidente que tenemos no es tan tonto. O tiene asesores un poco listos. Sino fuera por este gran puente vacacional... quizá muchos no estarían brincoteando como ahora lo hacen. Qué hago... salgo con mi carnaval funesto a derrumbarles las pocas alegrías que aún les quedan. No. Conmigo tengo. Yo no tengo nada que festejar y ese es mi problema. Me quedo con el pico cerrado. Me mantengo alerta mirando al suelo de la patria enrarecerse. Miro resquebrajarse los cimientos. Hay algo que ya no somos. Hay algo que nunca hemos sido, y que sería el tiempo ideal para hacerlo: verdaderos mestizos. Un mestizaje real. Desde hace años salía yo con mi garganta a punto de quebrarse, resquebrajarse, con el cuerpo recto sin permitir que se derrumbara. Salía, Cassandra, para anunciar esto. Para que vieran lo que sucedería. Mi garganta no se quebró. Mi voz sigue llena de visión. Mis manos aún están abiertas. Mi cuerpo continúa con vida. Cuántas veces he querido abandonar este país. Irme lejos, donde la realidad no fuera tan funesta. Y ahora que la realidad es tan aplastante, tengo cierta tranquilidad. Me gusta que haya sucedido lo que preveía. Me gusta, quizá por cuestión de ego, de decir: "yo lo dije". Por supuesto que no he sido la única. Muchos, muchas, lo hicimos. Me considero como un animal que percibe el tsunami. Corrí a destiempo. Mientras todos se preguntaban: ¿qué le pasa? ¿qué traes? y ahora lo que me pasaba y lo que traía ya no me pasa a mí, sino a la mayoría de la población. Antes todos o casi todos festejaban a mi alrededor. Ahora no. Se han dividido profusamente las visiones. Y yo me quedo aquí, como el enterrador de Hamlet mirando la calavera del bufón. Recordando los tiempos en que a este país casi todo le caía en gracia. Todos aquellos que se manifestaban, que urgían que algo estaba pasando, eran sólo "agitadores sin nada mejor que hacer". Recuerdo que en las marchas siempre nos mandaban a trabajar. He dejado de marchar. He dejado de callar las fiestas, de enojarme porque otros bailan mientras el país se derrumba. Nunca me ha gustado juzgar. Puedo comentar, vacilar. Pero no determinar. Recuerdo que en una ocasión quise callar a alguien frente a Elena Garro, era una investigadora literaria. Y me indignaban sus opiniones tan facilonas (ante mi punto de vista) y de pronto le dije: no... tú no puedes hacer eso, no puedes pensar así. ¿Verdad, Elena? y según yo como un buen gato, había pronunciado las palabras correctas, merecía una felicitación y además apoyo para mi postura. Elena de inmediato me dijo: Ella puede pensar lo que quiera. No le debes imponer nada a nadie nunca. Claro que he terminado imponiendo en más de alguna ocasión y he tenido que tolerar lo mismo de otras personas hacia mí. Pero en general procuro no hacerlo. Así que no puedo juzgar a los millones de mexicanos que trabajan en horarios de oficina, o en trabajos agotadores y que perciben salarios miserables. En una nación en la que se asesinan a diario de forma muy violenta. Donde caminan las mismas calles y hablan el mismo idioma, asesinos y muertos. Probablemente cada familia en este país ya vivió el secuestro de algún amigo o familiar. Después de que algunos tenían como su mayor orgullo a su conocido o amigo narco y ahora es o debe ser su mayor verguenza. En un país en que los salarios, las prestaciones, la calidad de vida sigue siendo baja, no me atrevo a decirles: ¿y por qué festejan?. Además al mexicano todavía le queda un poco de eso que lo ha distinguido: danzar sobre la muerte. Un zapateado sobre las tumbas. Y no las del Pére Lachaise o Montmartre, que son visitas obligadas en París de cualquiera que haya leído más de un libro, incluyéndome entre esos cualquiera. No. No son esas lindas tumbas de seres trascendidos que puedes encontrarlos a través de un mapa. Hablo de los panteones donde los perros se abalanzan sobre los huesos, de los tristes panteones del tercer mundo. De los panteones de países como Colombia y México. Las calles panteones de estas naciones. Supongamos: en una calle de alguna ciudad mexicana mataron a tres, al día siguiente ya estarán comiendo tacos de nuevo sobre esa calle. Ninguna culpa tienen las bocas, ni las calles, ni los tacos. Quién o qué tiene la culpa: los huesos por existir, la carne por morirse, el embrión por venir a nacer a una nación como esta, o los panteones por su existencia. Tan fácil que sería que todos los cadáveres se quedaran, como se quedan, en cierta forma, a través de pequeñas cruces o llantos familiares enredados en las calles. Que tuviéramos que saltar literalmente cadáveres. Una de dos: o nos estremecía y entonces sí nos poníamos entre todos a buscar soluciones, o nos acostumbrábamos y jugábamos Rayuela brincando sobre cada cuerpo. Y entonces Cortázar aparecería con todo su rostro de niño grande hablándonos de París. De la maga. De Oliveira. Fugarme a los libros. Esconderme de la vida. Hacer un pacto de sangre de nuevo con las hojas. O acudir de nuevo a la Pacha Mama. Enredarme como barbacoa en hojas de plátano y que me pongan al fuego, que me entierren aunque sea un rato para que mi carne termine de cocerse. Multiplicarme como los peces, como el pan, para que este pueblo donde se me ocurrió nacer tuviera pa tragar. Tragarme yo misma. Devorarme. Pero cocida. Así cruda no puedo comerme. Mi carne arroja sangre por todas las vértebras. Esto me recuerda la primera vez que vi a un campesino en huelga de hambre. Fue en los portales de Morelia, Michoacán. ¿Qué acto injusto se había cometido contra ellos? no lo recuerdo. Pero el hombre moreno estaba dentro de una casa de campaña. Metí mis narizotas. Le pregunté qué le pasaba. Él con un poco de voz me djo que si yo era periodista. Le dije que no. Sus poros exhudaban sangre. Me sentí identificada con él. Pero me sorprendía que existiera gente así. Yo consideraba que a mí no me habían dejado elegir. Que simplemente había sido hecha para exhudar sangre. Y peor tantito, porque nadie lo notaba. Ni siquiera tenía una casa de campaña. Aparentemente tampoco una causa clara. Nunca he pertenecido a ninguna ONG. Nunca he formado parte de ningún grupo que pelee por tal o cual cosa. He sido mala luchadora social. Porque yo no quiero dar la vida por nadie. En lugar, quiero que más gente continúe viva, y baile, y cante. Después entendí que a este campesino, a este hombre, le sucedía lo mismo: que tampoco tenía opción. Que en países como este no es mucho lo que se puede elegir. A pesar de esto, me gustaría que los niños y adolescentes de este país no tuvieran que despertarse cada día escuchando que aparecieron otras cabezas en tal o cual lado, o que los encobijados o entambados, o que una balacera, o que secuestren a su tío, o a su padre, o a ellos mismos. O que no tengan más opción que organizarse en la delincuencia. Otra encrucijada: si salgo y les digo, les grito, les azoto... ¡cómo se atreven a festejar! Entonces... ¿las muertas de Juárez resucitarían? ¿habría más empleos? ¿el presupuesto destinado a cultura sería mayor? ¿habría mejores películas y mejores libros? ¿habría mejores hospitales? ¿escuelas multiculturales por todo el país? ¿las mujeres dejaríamos de ser vistas como carne a perpetrar? ¿los niños podrían ser niños sin tener que ver todos esos periódicos y noticieros llenos de sangre? ¿los salarios aumentarían? ¿los países desarrollados dejarían de ejercer su poder aplastante sobre nosotros? ¿el sol saldría de otro lado, la luna se vería por fin completa y las estrellas estarían tan cerca que podríamos colgarnos de ellas para irnos a pasear a otra ciudad o país? ¿me dejaría de pesar todo el cuerpo como si fuera una nuca atada a la tierra cuarteada? no. no. y no. Y me disfrazo entonces de Carnaval Italiano, y festejo mi silencio. Mi piquito cerrado. Y no porque callada me vea más bonita (que es una expresión que deploro) sino porque logré no burlarme de nadie que en este país quiera festejar. Y nadie se ha burlado de mi encierro. Descubro que necesito extraer la piedra de la nación. Tal como Hyeronimus Bosch extrajo la de la locura en una de sus /pinturasvisiones/// visioneslienzo/ ¿Locura y nación comulgan en algún instante? /locura= nación///nación=locura/
Llego a la conclusión: no más ideologías ni fronteras. No me considero mexicana. Ni siquiera humana. Soy un animalito que por alguna razón equivocada ha tenido que venir a coexistir a este planeta. Y lo ha encontrado muy bonito. Muy lleno de cosas raras y excéntricas, como tener que pensar en un país o en una nación o en una fiesta o en dos. Tener que ser libres cuando en sí mismos lo somos. La mayor libertad es amar. Y eso fue lo que me despegó de la cama, y lo hizo de tal forma que aún siendo casi otro día, no puedo conciliar el sueño. El impulso de seguir viva. Respirar el mismo aire que respiran en este momento en cualquier país o continente de la Tierra. Hoy tuve entre mis manos tierra roja. Me la tragué. Extendí el pacto del papel a la tierra, puesto que el papel viene de la madera y la madera viene de la Tierra. Y comprendí más allá de lo que siempre he comprendido, que todo está interconectado. Y que si polvo soy, quiero ser por lo menos un polvo que canta. No quiero ser el pinole que atasca las lenguas y no permite hablar con fluidez. Quiero que todo y todos hablen y callen cuando les dé la gana. Quiero que me sigan dejando hablar y callar, cuando mi nuca lo decida.


jueves, 2 de septiembre de 2010

Loco afán


Es afán de locos robar fotos

del álbum familiar

es afán de los olvidados

los que se quedaron sin nada:

“un día fuiste feliz”

“un día perteneciste a una familia”

“un día fuiste delgado delgada grande pequeño”

“un día alguien te recordó a alguien recordaste”


En ese afán nos afanamos por dejar de afanarnos en buscar

el álbum el recuerdo el vestido el pantalón

el silencio se apoltrona en nuestros huesos

las fotos adheridas al plástico antiguo se nos revelan.

No son fotografías para ver en computadoras en dvd o en el móvil

son esas, las que se arrancan con dificultad de años adheridas

como si la piel despegara en tiernas heridas

preparándose para partir olvidando los amores el deseo

las sábanas también mojadas inmóviles nuestro sexo derritiéndose

despegándose al hueso de donde un día partieron todos los impulsos gritos alegorías

y placeres que esas cámaras tampoco captaron.

Que estas cámaras tampoco captarán.

Ese nimio instante efímera que se vuelca sobre los cumplir años

donde aparece el pastel la vela los que te querían a los que querías

hasta a los que no, la usanza de la época los peinados las risas

que parecen haber pasado de moda pero los cuerpos estáticos

prendados de la vida de la foto del álbum de la familia

desde tu cama de enfermo los miras al desaparecer.


Esas fotos nos dejaron para siempre sin enfermar sin envejecer.

Retrato de Gray desde donde ahora caes como si el clavo que te sostenía

en equivocación de manos lo hubieran despegado.

La pared nueva hay que pintarla el cuadro viejo, hay que cambiarlo.


Y tú en tus fotos alardeando juventud.


Es afán de locos, afán de locas, hurgar álbumes familiares

creer que los conoces, que te conocen, que te conociste que fuiste.

Afán de locos hurgar en las tumbas en las camas de enfermos

en el quedo mirar de los viejos en el callado recuerdo de la piel

que un día fue joven en la espalda recta los senos el pecho erecto

los pasos rápidos y las palabras que se muerden por no encontrar

la boca de la que provenían.

Afán de locos, afán de locas, buscarse en fotos.


Pero lindo afán afanarse por encontrar la vida en algún lugar.


Esas fotos desde el papel impreso te recuerdan lo brillante

brillo que dormía al sol a la luna a los astros todos

desde las palabras virginales palabras soeces sorprendidas digeridas

que como fuente emergían del plato de la mesa donde la madre contaba tus plumas

tu padre te aleccionaba al vuelo y tus hermanos hermanas brincaban

sobre la gelatina del papel sumergido.


Ah, qué afán delirante el buscarte entre las hojas del álbum

entre las hojas de aquel árbol que desde tu cama de enfermo miraste.


Descubrir si tu paso es aéreo o eterno

si es verdad la luz de la que hablan

correr al círculo donde el chiquitín del Gigante egoísta te recibirá

para que todos tus paraísos tus sueños que se marchitaban en el álbum

se te cumplan todos.


Entre flores blancas, rojas, moradas, amarillas

coronas y cruces que el hombre dispone para el que se va,

emerges a la tierra sorprendida.


Tus viejos ojos son nuevos

tu cuerpo límpido y cristalino atraviesa los vidrios del aire

para encontrarse con esos clavos con esa risa con ese amor

que nunca ninguna de tus fotos pudo retratar.

(De Callado, Cayado. 2001-2004)